Una historia de amor, cuidado y dignidad
Nunca pensé que llegaría el día en que ella no supiera quién era yo.
Pasamos 42 años juntos: criando hijos, construyendo una vida, compartiendo risas y también algunas lágrimas. Pero cuando el Alzheimer empezó a llevarse sus recuerdos, sentí que el amor de mi vida comenzaba a alejarse de a pocos.
Al inicio, eran detalles pequeños: olvidaba dónde dejaba las llaves, confundía los días de la semana, preguntaba lo mismo varias veces. Pero pronto, no pudo volver a casa sola. Luego, dejó de reconocer a nuestras hijas. Y una mañana… me miró como si fuera un extraño. Fue uno de los días más difíciles de mi vida.
No sabíamos qué hacer, y nos pusimos a buscar apoyo en residencias de estancia, así como ver la opción de apoyo en casa. Encontramos lugares y personas muy enfocadas en ayudar, con una gran vocación, y lugares con personal muy calificado con gran humanidad y profesionalismo. Cada persona que entró a nuestra casa trató a mi esposa como si fuera parte de su familia. Con paciencia, respeto y un cariño profundo.
Y a mí, me ayudaron a no derrumbarme. En ambos conceptos tanto en residencias como la opción de cuidadores en casa, me generan mucha confianza. En última instancia tomamos la decisión de ir a la residencia, y con el apoyo del personal pude volver a ser simplemente su esposo. Pude seguir amándola en esta nueva etapa, sabiendo que estaba segura, bien cuidada y, sobre todo, acompañada con dignidad.
Aunque ya no recuerde mi nombre, yo la recuerdo por los dos.
Carlos, esposo de Clara